Los comentarios de los lectores a la anterior publicación sobre la percepción de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI respecto al Concilio Vaticano II y posterior reforma litúrgica confirmaron lo que decía el artículo: que Ratzinger fue una persona incómoda para casi todos en la Iglesia. Siendo Benedicto XVI el papa que más ha hecho después del Concilio Vaticano II por eliminar restricciones a la Misa Tradicional, y a pesar de su evidente evolución personal desde el progresismo en tiempos del Concilio Vaticano II, eran varios los comentaristas que aún le pedían más: que hubiera celebrado la Misa tradicional como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Al respecto, me
gustaría apuntar dos cuestiones: la primera, que siendo cardenal celebró la
Misa Tradicional en diversas ocasiones. La revista “The Latin Mass”, en su
número 4, de 1995, reseñó la visita en septiembre de ese año del cardenal
Ratzinger a la abadía de Santa Magdalena de Barroux, donde el domingo 24
celebró la Misa Pontifical según el rito tradicional. El día anterior, sábado
23 de septiembre, había visitado la vecina abadía femenina, Nuestra Señora de
la Anunciación, donde había también celebrado la Misa tradicional.
Anteriormente, en 1990, invitado por la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, el
cardenal Ratzinger había celebrado Misa Tradicional en el seminario de
Wigratzbad (en la imagen). La segunda cuestión es que celebró esas misas siendo Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe. Por poner un ejemplo, es notorio que
cardenales como Gerhard Mueller y Raymond L. Burke celebran el vetus ordo; pero
ninguno de los dos tiene un cargo como el de prefecto de la CDF. Mueller lo
fue, pero ya no lo es.
Cierto es que Ratzinger no llegó a celebrar una Misa
tradicional – al menos de manera pública - siendo papa, y que tal vez ése
hubiera sido el gran punto de inflexión para una celebración más difundida.
Pero si tenemos en cuenta que cuando el obispo Schneider - como explicaba éste
mismo en una entrevista publicada en 2023 - le suplicó que no distribuyera más la
Comunión en la mano, y que sólo lo
hiciera de rodillas y en la boca, Benedicto le respondió que lo consideraría, pero
que ya sabía lo difícil que eso podría ser teniendo en cuenta los grupos de
presión que había en la Curia y en toda la Iglesia. Sin embargo, soportando
esta presión, acabó dando la comunión de rodillas y en la boca en el Vaticano.
Pero, si ése era el panorama con la comunión, ¿podemos imaginar cuál era con
respecto a que el Papa hubiera celebrado la Misa Tradicional públicamente en el
Vaticano? Digo esto sólo por exponer la dificultad del contexto.
Después del repaso que llevamos a cabo en la ocasión
anterior siguiendo solamente el “Informe sobre la fe”, vamos a reseñar otras
afirmaciones del cardenal Ratzinger / Benedicto XVI sobre la liturgia y,
especialmente, la Misa, en las que creo que se observa claramente su
pensamiento al respecto; el sentido de la evolución de su postura desde el
progresismo hacia el conservadurismo (por el descontrol en la descomposición de
la celebración) y su liberalización de la celebración del vetus ordo con el
motu proprio Summorum Pontificum, que se explica, como veremos en las mismas
palabras de Ratzinger, por su comprensión positiva de la variedad de ritos y,
sobre todo, por su idea de continuidad
ininterrumpida de la Iglesia y la Misa en la historia. Y también por su
consideración explícita de que la Misa es el centro de la vida católica, que
nos ha sido dada, y que no puede ser fabricada. De las siguientes lecturas se
desprende que las decisiones que tomó Ratzinger tenían el objetivo de buscar la
unidad en la Iglesia y la paz litúrgica.
En su autobiografía “Mi vida”, publicada en 1997,
Ratzinger recordaba de los años del Concilio Vaticano II que “la liturgia y su
reforma se habían convertido, desde el final de la Primera Guerra Mundial, en
una cuestión apremiante en Francia y en Alemania, desde el punto de vista de
una restauración lo más pura posible de la antigua liturgia romana; a ello se
unía también la exigencia de una participación activa del pueblo en el
acontecimiento litúrgico (…). A ninguno de los padres se le habría pasado por
la cabeza ver en este texto ´una revolución´ que habría significado el ´fin del
medievo´, como a la sazón algunos teólogos creyeron deber interpretar. Se vio
como una continuación de las reformas que hizo Pío X y que llevó adelante con
prudencia, pero con resolución, Pío XII. Las normas generales eran entendidas
en plena continuidad con aquel desarrollo que siempre se había dado y que con
los sumos pontífices Pío X y Pío XII se había configurado como redescubrimiento
de las tradiciones clásicas romanas. (…). En ese contexto, no sorprende que la
´Misa normativa´ que debía entrar – y entró – en el lugar del Ordo Missae
precedente fuese rechazada por la mayor parte de los padres convocados en un
sínodo especial en el año 1967”.
En el prefacio a la obra del liturgista Klaus Gamber,
“La reforma de la liturgia romana”, aparecida en 1996, Ratzinger afirmaba lo
siguiente: “La reforma litúrgica, en su
realización concreta, se ha alejado demasiado de su propósito original. El
resultado no ha sido una reanimación sino una devastación. De un lado, se
posee una liturgia que ha degenerado en un show, donde se ha intentado mostrar
una religión atractiva con la ayuda de tonterías a la moda y de incitantes
principios morales, con éxitos momentáneos en el grupo de creadores litúrgicos
y una actitud de rechazo tanto más pronunciada en los que buscan en la Liturgia
no tanto el ´showmaster´ espiritual, sino el encuentro con el Dios vivo, ante
quien toda ´acción´ es insignificante (…). Jungman había definido en su tiempo
la liturgia, tal como se entendía en Occidente, como una ´liturgia fruto de un
desarrollo (…). Lo que ha ocurrido tras el Concilio es algo completamente
distinto: en lugar de una liturgia fruto de un desarrollo continuo, se ha introducido una liturgia fabricada.
Se ha salido de un proceso de crecimiento y de devenir para entrar en otro de
fabricación. No se ha querido continuar el devenir y la maduración orgánica de
lo que ha existido durante siglos; se la ha sustituido, como si fuese una
producción industrial, por una
fabricación que es un producto banal del momento”.
Como cardenal y teólogo, escribió en 1987: “En cuanto a su
contenido (salvo algunas críticas), estoy muy agradecido por el nuevo Misal,
por cómo ha enriquecido el tesoro de oraciones y prefacios (…). Pero considero
desafortunado que se nos haya presentado la idea de un nuevo libro en lugar de
la de continuidad dentro de una única historia litúrgica. En mi opinión, una
nueva edición deberá dejar bastante claro que el llamado Misal de Pablo VI no
es más que una forma renovada del mismo Misal al que contribuyeron Pío X,
Urbano VIII, Pío V y sus predecesores, desde la historia más temprana de la
Iglesia. Es de la esencia misma de la
Iglesia ser consciente de su continuidad ininterrumpida a lo largo de la
historia de la fe, expresada en una unidad siempre presente de oración”.
En 2007 Benedicto XVI publicó el Motu Proprio Summorum
Pontificum. Este documento concedió mucha más libertad para la celebración de
la Misa según el Misal Romano de 1962, que se conoció bajo esta nueva
legislación como la “forma extraordinaria”. “No es apropiado hablar de estas
dos versiones del Misal Romano como si fueran ´dos ritos´ – decía el papa en la
carta Con grande fiducia, que acompañaba el motu proprio-; se trata más bien de
un doble uso de un mismo rito”.
Una de las grandes preocupaciones de Ratzinger fue la
unidad, que distinguía de la uniformidad: “No estoy a favor de la uniformidad rígida, pero, por supuesto,
deberíamos oponernos al caos, a la fragmentación de la liturgia y, en ese
sentido, también deberíamos estar a favor de observar la unidad en el uso del
Misal de Pablo VI. Me parece que este es un problema que hay que afrontar con
prioridad: ¿cómo podemos volver a un rito común, reformado (si se quiere) pero
no fragmentado o dejado a la arbitrariedad de las congregaciones locales o de
algunas comisiones o grupos de expertos? (…). La ´reforma de la reforma´ es
algo que concierne al Misal de Pablo VI, siempre
con este objetivo de lograr la reconciliación dentro de la Iglesia, ya que
por el momento existe en cambio una dolorosa oposición, y estamos todavía muy
lejos de la reconciliación”. En La sal de la tierra (1997),
el cardenal Ratzinger afirmaba: “Soy de la opinión, sin duda, de que el antiguo
rito debería concederse con mucha más generosidad a todos aquellos que lo
deseen. Una comunidad está poniendo en tela de juicio su propia existencia
cuando de repente declara que lo que hasta ahora era su posesión más sagrada y
más alta está estrictamente prohibido y cuando hace que el anhelo por ello
parezca absolutamente indecente”. En Dios y el mundo (2000)
decía que “para fomentar una verdadera conciencia en materia litúrgica, es
importante también que se levante la prohibición de la forma de liturgia en uso
válido hasta 1970 [la antigua Misa latina]. Quien hoy en día aboga por la
existencia continua de esta liturgia o participa en ella es tratado como un
leproso; aquí termina toda tolerancia. Nunca ha habido nada parecido en la
historia; con ello despreciamos y proscribimos todo el pasado de la Iglesia.
¿Cómo podemos confiar en ella hoy, si las cosas están así?”
En su conocido libro “El espíritu
de la liturgia” (edición del 2000), se lee: “El Concilio Vaticano I no había
definido de ninguna manera al Papa como un monarca absoluto. Por el contrario,
lo presentó como el garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la
Tradición de la fe, y eso también se aplica a la liturgia. No es
“fabricada” por las autoridades. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde
servidor de su legítimo desarrollo y de su integridad e identidad permanentes
(…). La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada
Tradición. El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley, sino que es
el guardián de la Tradición auténtica y, por lo tanto, el primer garante de la
obediencia. Su regla no es la del poder arbitrario, sino la de la obediencia en
la fe. Por eso, con respecto a la liturgia, tiene la tarea de un jardinero, no
la de un técnico que construye máquinas nuevas y tira las viejas al montón de
chatarra”.
En la carta a los obispos Con Grande Fiducia, que acompaña a
Summorum Pontificum (2007), decía el papa: “En cuanto al uso del Misal de 1962
como Forma extraordinaria de la liturgia de la Misa, quisiera llamar la
atención sobre el hecho de que este Misal nunca fue abrogado jurídicamente y,
por consiguiente, en principio, siempre estuvo permitido (…). Llego ahora a la
razón positiva que motivó mi decisión de emitir este Motu Proprio que actualiza
el de 1988. Se trata de llegar a una
reconciliación interior en el corazón de la Iglesia (…). En la historia de la liturgia hay
crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores
consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no
puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado dañino. Nos
corresponde a todos conservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y
la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde”.
He preferido no
ordenar cronológicamente los textos porque me ha parecido que lo importante era
ver las ideas clave, señaladas al principio. De todo lo leído se desprende lo
que apuntábamos la pasada semana, que Ratzinger basa la continuidad en el
sujeto “Iglesia”, como muy acertadamente indica el P. Gabriel Calvo Zarraute.
Por aquí pretende Benedicto XVI incorporar todos los cambios del siglo XX a la
tradición de la Iglesia, pero siendo incapaz de solventar la ruptura del
principio de la no contradicción. Porque, doctrinalmente, existen algunas
afirmaciones en los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de 1992 que
papas y concilios anteriores condenaron.
Con respecto a la
liturgia, asistiendo a Misa novus ordo y a Misa vetus ordo, habiendo leído
sobre las intenciones de la reforma y leyendo estos textos de Benedicto XVI, no
puedo evitar estar en total desacuerdo con su afirmación de continuidad en
cuanto dos formas de celebrar un mismo rito. El mismo Klaus Gamber afirmó que
son dos ritos distintos. Y con el rito nuevo se ha elaborado una nueva teología
litúrgica, que oscurece el hecho de que la Misa es la actualización del santo
sacrificio del Calvario, que el sacerdote está actuando in persona Christi y que desplaza el foco desde Dios hacia el
hombre; y de ahí se desprende toda una antropología cristiana distinta.
Ciertamente es la Iglesia, la misma que fundó Jesucristo, pero los errores
permanecen y no es posible aclararlos mientras no se resuelva esta cuestión de
la “hermenéutica de la continuidad” tal como la afirmó Benedicto XVI.
Para finalizar, me
gustaría comentar que, personalmente, y dando gracias a Dios por todo lo que
aportó Ratzinger como cardenal y como Papa a la liberalización de la
celebración pública de la Misa Tradicional, me desconcierta ver que Benedicto
XVI colocara en términos de igualdad a los llamados tradicionalistas
(especialmente, a los lefebvristas) y a los modernistas (o progresistas), como
integristas y como grupos que reclamaban para sí la propiedad de la “auténtica
fe”. No creo que puedan considerarse lo mismo quienes intentaron salvar de la
destrucción el patrimonio litúrgico que el mismo Ratzinger tanto amaba que
quienes pretendían precisamente su destrucción.
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