Pues bien, si el Sumo Pontífice es un padre espiritual para los bautizados, esperaríamos que nos ame, en el sentido de velar por la salvación de nuestras almas mediante la transmisión de la doctrina perenne de la Iglesia, la fidelidad a las Sagradas Escrituras, el Magisterio anterior a él y la Tradición.
Tal vez Francisco tenga una manera un tanto particular de amarnos a los católicos; tan particular que parece que no nos ame, porque desde el inicio de su pontificado se ha dedicado a insultar a quienes intentan vivir la fe y los mandamientos de Dios y de la Iglesia de manera coherente. Sin ánimo de ser exhaustiva, le hemos oído llamar conejas a las madres de familia abiertas a la vida; llama rígidos obsesivamente a cualquiera que intenta vivir su fe de acuerdo al Credo; le hemos visto abofetear rabiosamente la mano de una fiel asiática y retirar su mano con expresión de asco a quienes pretendían besar el anillo del pescador. Por no hablar de la continua mirada torva. Parece tener además particular inquina contra los sacerdotes. Comparemos solamente la imagen de Benedicto XVI con los seminaristas en Estados Unidos (https://www.youtube.com/watch?v=GRqPeyL1CgM) con el Papa Francisco despotricando despectiva y continuamente de la rigidez de los sacerdotes jóvenes, de sus supuestos desequilibrios psicológicos (gravísima acusación), de las puntillas de la abuela, reírse de los sombreros saturno, explicar cómo le pone enfermo ver a sacerdotes jóvenes en sastrerías en Roma haciéndose sotanas a medida…
También vemos que es
larguísima la lista de obispos misericordiados
por no ser fieles “a la Iglesia”. Han aparecido estos años numerosos estudios
psicológicos sobre el Papa Francisco que destacan su narcisismo, patología que,
entre sus rasgos, contiene el de observarlo todo desde la perspectiva de estar
a favor o en contra de él mismo, de su persona. Así, confunde no ser partícipe
de las rupturas que promueve en la Iglesia y la voluntad de permanecer fiel a
la misma con “atentar contra la unidad de la Iglesia”, no ser fiel… Un caso
sonado reciente es el del obispo Joseph Strickland de Tyler, en Texas, pero la
lista es infinita. Me comentaba un sacerdote con contactos en la curia vaticana
que existe un ambiente de verdadero terror en casa Santa Marta. De los ataques
de ira del Papa, de su lenguaje soez y de la caza de brujas: sólo hay que
dirigirse al Papa con esos chismorreos que en apariencia odia para que las
personas acusadas, sin pruebas y sin ser escuchadas, sean misericordiadas. Terrible palabra acuñada con razón durante este
pontificado. Porque, efectivamente, si parece amarnos poco a los bautizados en
general y a los sacerdotes en particular, con los obispos y cardenales fieles a
la tradición de la Iglesia es irrespetuoso, vengativo y rencoroso. Lo ha
demostrado con el cardenal Burke (haciendo burla pública de él por estar a
punto de morir de covid por no haberse vacunado y posteriormente retirándole la
vivienda vaticana y sueldo); con el cardenal Müller, apartado de la CDF en
cuanto cumplió su periodo de cinco años, práctica poco habitual; y, muy
recientemente, la pasada semana, despachándose inmisericordemente contra el
cardenal Sarah (“un pobre hombre no apto para el cargo de Prefecto de Culto
divino”) y con el obispo Georg Gansweïn, secretario de Benedicto XVI, a quien
ha llegado a tachar de tener hacia él una “conducta inhumana”. Pareciera que
Francisco se sienta enfermo y pretenda vanamente dejar todo “atado y bien
atado”, escribiendo la historia a su modo. De ahí la cantidad ingente de libros
sobre él que se están publicando, escritos con su colaboración. Pero eso es
como pretender tapar el sol con un dedo. De Dios no se ríe nadie y el Juez nos
pondrá en nuestro sitio el día de nuestra muerte. A él, también. Y a quien
mucho se le dio, mucho se le pedirá. También la Iglesia pondrá a cada pontífice,
con el paso del tiempo, en el lugar que le corresponde.
Curiosamente, algo en
lo que el Papa Francisco parece seguir a pies juntillas el mandato de nuestro
Señor Jesucristo es en amar a nuestros enemigos; aunque tenga una peculiar
manera de hacerlo, que es animándoles a perseverar en el mal, como hizo con la
vicepresidenta comunista española, a la que ha recibido al menos en dos
ocasiones, animándola a “seguir así”.
Afirmar estas
cuestiones sobre el Papa suele ser un tema espinoso, que hiere muchas
sensibilidades. No nos damos cuenta de que la figura del Papa está
sobredimensionada como nunca antes en la historia, y que existe total confusión
en cuanto a la obediencia que le debemos. Los medios de comunicación de masas
exponen la figura del Sumo Pontífice sobremanera, y este Papa particular es muy
dado a verter sus opiniones personales, en ocasiones bastante incompatibles con
la fe de la Iglesia, generando mucha confusión en las almas sencillas. Creo que
lo más sensato sería estar mejor formados en la fe de la Iglesia que en las
ocurrencias personales del papa reinante, ya sean orales en cualquier vuelo o incluso
plasmadas en documentos vaticanos con su firma. Sobre todo, cuando, insisto,
parecen contradecir lo que dijo siempre la Iglesia. No olvidemos que la función
del Papa es estar al servicio de la fe. Es el “siervo de los siervos de Dios”,
vicario de Cristo. Me gustaría saber, por cierto, cómo se explica y qué
implicaciones tiene el hecho de que Francisco retirase este título del anuario
pontificio. ¿Qué es el Papa si no es el vicario de Cristo en la tierra? El Papa
tiene la obligación de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22, 31-32). Un
papa puede equivocarse cuando no habla ex catedra, puede caer en herejía y
puede incluso perder el juicio, por la edad u otras causas. Tengamos todo esto en cuenta. No estamos aquí para seguir las ideas personales del Papa. Le debemos
obediencia siempre que no contradiga la fe de la Iglesia o la Palabra revelada
de Dios. Cuando eso ocurra, debemos obediencia primero a Dios (Hch 5, 29). Como
ocurre, por ejemplo, de manera flagrante con Amoris Laetitia y la consideración de situaciones de pecado
objetivo que pueden ser agradables a Dios (¿¿??) y Fiducia Suplicans y la bendición no sacramental de personas que van
juntas a que las bendigan, pero no su unión contra natura. Que alguien
demuestre que esto no es trilerismo verbal que contradice directamente la
Palabra revelada de Dios. Tenemos también los casos de llamar a la Creación
“casa común” y decir que la tierra “patalea porque la maltratamos”. ¿Qué es
eso? ¿Panteísmo? Desde luego que fe católica no es.
En la mayor parte de
los casos, el Papa Francisco parece un funcionario de la ONU, dedicado a
implementar las medidas de la agenda 2030; cantando las bondades de la
vacunación, el control poblacional (ojo a cómo ha desmantelado la Pontificia
Academia para la Vida y la ha llenado de abortistas); parece estar a favor del
“respeto” y “tolerancia” hacia todas las religiones indígenas, como si
estuvieran al mismo nivel de verdad que la fe católica. Y basta ya de ejemplos,
porque no acabaríamos. De hecho, el papa Francisco parece un producto resultante
de lo peor de la época post-conciliar y la teología de la liberación. Soy
consciente de que todas estas líneas no aportan nada nuevo. Que todo esto se ha
dicho ya hasta la saciedad del Papa Francisco. Sin embargo, la mayoría de los
fieles, incluyendo a los obispos y muchos sacerdotes, siguen ciegos, voluntaria
o involuntariamente.
Acabemos bien. ¿Qué
podríamos decir en positivo sobre este pontificado? Reconociendo que el papa es
legítimo, diría que a muchos nos ha ayudado a que nos cayera la venda de los
ojos sobre la revolución que se está llevando a cabo en la Iglesia Católica
desde las primeras décadas del siglo XX con el objetivo de sustituir la fe
verdadera por otra cosa, por algo no sólo protestantizado, sino mundano en el
sentido de “mundo” que da el evangelista Juan: de todo aquello que es contrario
a Dios.
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