1) Una vía muerta es una vía que no tiene salida.
2) Una vía muerta sirve para apartar de la circulación tanto vagones como máquinas.
3) Una vía muerta puede ocasionar accidentes, por no haber habido conciencia por parte del maquinista o centro de control de que la vía por la que circulaba se acababa abruptamente.
¿Es posible aplicar esta imagen a la
Iglesia del post-concilio Vaticano II, renombrada hoy como “sinodal”? Veamos.
Como hemos comentado en otras ocasiones, existen básicamente tres grupos de
católicos en la Iglesia hoy día: los progresistas, los conservadores y los
tradicionales. Los progresistas son por
naturaleza revolucionarios y están prácticamente fuera de la Iglesia; han
dejado de creer verdades de fe y practican el indiferentismo religioso. Consideran
que la Iglesia nació en 1965 y que lo que la Iglesia creyó y predicó durante
los dos milenios anteriores ya no es válido para un supuesto “hombre de hoy”.
Por edad y falta de reemplazo, los progresistas están extinguiéndose, pero
tienen en estos momentos de su parte al Papa Francisco, un pontífice que pareciera
haber estado hibernando desde 1969 y que haya despertado súbitamente; aupado
por la Mafia de San Gallo y los firmantes del pacto de las catacumbas y sus
escasos descendientes. Lo que los progresistas consideran “Iglesia del Concilio”
se basa en realidad un abuso y deformación hasta el extremo de las ambigüedades
de los textos conciliares y en actos de desobediencia (como la comunión en la
mano, el abandono del latín, la demolición de los antiguos altares), teniendo
como consecuencia el abandono de la Iglesia Católica Apostólica y la creación
dentro de su estructura de un nuevo contenido, predicado como si fuera
católico. Es claramente una vía muerta por agotamiento, pues son muchos quienes
consideran poco probable que el próximo papa continúe esta línea suicida de
Francisco; una vía muerta, como dice la RAE, que no sólo no tiene salida, sino
que también sirve para apartar de la circulación tanto vagones (clero y fieles)
como máquinas (obispos y cardenales).
Junto a los progresistas, cada vez
más marginales (aunque estén experimentando la mejoría previa a la muerte por
el “efecto Francisco”), los conservadores
son actualmente el grupo más numeroso y visible en la Iglesia. Los
conservadores, entre los que me conté durante años, creen ser los “buenos”;
creen que los malos son los progresistas y que de lo que se trata es,
simplemente, de evitar los abusos. Chesterton los definió con mucha precisión: “los
conservadores son progresistas a cámara lenta; consolidan las revoluciones de
los progresistas y evitan la restauración”. En el caso eclesial, eso significa
que consolidan la revolución que significó el Concilio Vaticano II, como
apuntalamiento de la herejía modernista que hacía 100 años venía infiltrándose
en la Iglesia. En palabras del bloggero argentino Wanderer, son “juanpablistas de la estrictaobservancia”: consideran casi sagrado el Concilio Vaticano II, rechazan la
tradición litúrgica de la Iglesia y son liberales; es decir, han abandonado el
ideal de cristiandad al que todo católico debe aspirar, y se conforman con
vivir en una sociedad post-cristiana. En España, hay una asociación clara,
aunque no se pueda generalizar, entre conservadores y el Partido Popular en
política. Igual que aceptaron el Concilio Vaticano II sin fisuras, aceptaron la
Constitución de 1978, que abría las puertas al aborto, al divorcio y al falso
pluralismo religioso.
Pedro Luís Llera, en su blog en InfoCatólica, los describe con
precisión aquí. Considera que los católicos conservadores,
también llamados “neoconservadores” o “liberales”, son, junto a los
progresistas, un segundo frente de enemigos
quintacolumnistas, que es todavía más peligroso. “Este segundo grupo – dice Llera
- es más sutil. Muchos de sus integrantes son de misa diaria: gente
conservadora, personas de orden de toda la vida. Yo los denominaría católicos «liberales». A ellos les gusta
denominarse «demócratas cristianos», aunque al fin y a la postre, ni lo uno ni
lo otro. Muchos de ellos son nostálgicos de la transición, donde se sintieron
protagonista del cambio político en España. Son muy tolerantes y abiertos a
todas las sensibilidades, siempre y cuando esa sensibilidad coincida con la
suya. En realidad, son «posibilistas» que tratan de conciliar lo
irreconciliable y pretenden casar su condición de católicos con la militancia
en partidos que defienden políticas abiertamente contrarias al magisterio de la
Iglesia. Son los católicos que miran hacia otro lado y callan como
muertos cuando el ministro de justicia aplaude con las orejas la sentencia del
Constitucional que ratifica la legalidad del matrimonio homosexual;
o quienes callan ante el reiterado retraso de la anunciada reforma de la ley
del aborto (que ya verán ustedes en qué va a quedar), mientras miles de niños
inocentes mueren cada día en las clínicas del horror. Estos
católicos anteponen los cargos, los sueldos y los privilegios que les reporta
su militancia política o su cercanía al poder, a sus obligaciones como miembros
de su Iglesia. Les gusta ocupar los primeros
puestos y se codean con obispos y cardenales".
El grupo neoconservador, además
de ser posiblemente el más numeroso en la Iglesia, es un grupo muy variado. Entre
los movimientos, son muy visibles el Opus Dei, el Regnum Christi (Legionarios
de Cristo), el Camino Neocatecumenal y Hakuna; en la vida religiosa, podríamos considerar,
entre los más visibles, el Instituto del Verbo Encarnado, Iesu Communio, las
clarisas reconvertidas en Hermanas Pobres, las Carmelitas Samaritanas y muchos
otros que olvido. Y en la vida parroquial, los retiros de Emaús, Effetá y
derivados, el Proyecto Amor Conyugal y el gran tapado, del que hablaremos otro
día: los retiros de vida en el Espíritu, de la Renovación Carismática.
Dice Pedro Luís Llera que a los
conservadores “les gusta codearse con obispos y cardenales”, y yo añadiría que
el gusto es mutuo, porque a la jerarquía eclesiástica le interesa: los
conservadores aportan número y ruido, transmitiendo la imagen de una Iglesia
que “hace cosas”, que está “viva”. Dos claros ejemplos son los retiros de Emaús
y los influencers católicos, tan
jaleados por obispos y asociaciones como la ACdP (de ello hablaremos otro día).
Los obispos promueven tanto a unos como a otros y pasean por sus diócesis a los
distintos influencers como los nuevos
“evangelizadores digitales”. Muchos de ellos no tienen formación sólida alguna
y se dedican a esparcir errores, con el silencio cómplice de la jerarquía
eclesial, atenta sólo a que se llenen los bancos de las iglesias con jóvenes
que siguen a estos influencers en
redes sociales.
Pero pienso que los conservadores
también son una vía muerta, aunque no lo sepan. Piensen por ejemplo en los
retiros de Emaús y sus efectos. La falta de enseñanza de la jerarquía les ha
llevado a refugiarse en un sentimentalismo falto de contenido doctrinal, una
exaltación emotivista que lo impregna todo y les permite seguir “en la Iglesia”
y hablar del papa reinante sin tener que preguntarse por cómo las enseñanzas de
éste se apartan de todo camino católico; incluso del postconciliar. El
conservadurismo eclesial es una vía muerta porque, si bien es numeroso en
distintos grupos de edades y realidades, poco a poco va perdiendo el contenido
verdaderamente católico y lo va sustituyendo por actividades diversas, por
emotivismo y liberalismo, por el mundo. Por el modernismo, al fin y al cabo, desconectado
de Dios y de la razón. Tarde o temprano se encontrará descarrilado de la
enseñanza católica, o tal vez simplemente detenido en una vía muerta en medio de
la nada, sin darse cuenta de que su recorrido católico se acabó. No importa que
ahora parezca muy vivo. Simplemente, circula a una velocidad menor que el
progresismo y tardará más en llegar al mismo destino.
La imagen de un injerto en un árbol es también muy gráfica para comprender lo que ocurrió en la Iglesia con el Concilio Vaticano II, aunque venía gestándose al menos cien años antes: fue como si a un tronco bimilenario se le injertase una rama nueva, de otra especie de árbol, que, sencillamente, en el breve plazo de 60 años, ha demostrado no dar fruto. Pretendieron injertar al tronco elementos ajenos e incluso incompatibles con él, por negar lo que le era inherente. Y no dio fruto. Acabará, pues, tarde o temprano, en una vía muerta, en una rama estéril que se secará porque ha decidido, además, que no quiere aceptar la savia que recibe.
Puede darse de hecho una situación
que John Senior describía ya para la Iglesia de los años 1970, en las que
comparaba el momento actual con el Cisma de Occidente, pero a la inversa: si en
el Cisma de Occidente se dio la convivencia de dos papas en una sola Iglesia,
ahora podemos encontrarnos ante un solo papa y dos iglesias que coexisten, pero
son distintas. Una situación en la que, tristemente, además, una Iglesia nueva,
con contenidos fabricados desde el siglo XIX y consolidados en el XX, persigue
a la Iglesia bimilenaria para acabar con ella. En palabras de Chesterton, los
conservadores impiden la restauración.
Yo solía ser conservadora porque no
conocía otra cosa. También pensaba que “los malos” eran los progresistas y sus
abusos. Pero, a pesar de que Benedicto XVI se refería continuamente a la
tradición de la Iglesia, lo que él decía y escribía no se correspondía con lo
que veía en parroquias y movimientos tenidos por “ortodoxos”, por “los buenos”.
Hasta que descubrí la Misa tradicional: el tesoro escondido, la perla preciosa.
Porque el tercer grupo en la Iglesia
actual, poco numeroso en comparación a los otros dos, pero infinitamente más vivo,
verdaderamente dinámico y fiel, la única vía que no está muerta, que es joven y con futuro, son los católicos llamados tradicionales o tradicionalistas. Perseguidos por la jerarquía
eclesial tanto progresista como conservadora, se ven obligados en ocasiones a
la gran paradoja de ofrecer el culto público de la Iglesia a Dios a escondidas.
No hay espacio para albergarlos en los pocos templos en los que se permite la
Misa de siempre y no cesan de crecer. Institutos, fraternidades y comunidades religiosas
y muchas familias, jóvenes y numerosas. En muchas ocasiones, celebrando la Misa
en el salón o el garaje de una casa familiar. Son católicos sin
etiquetas: los que creen que Cristo es Rey también de las naciones, no sólo de
los corazones. Los que comprenden que la revelación acabó con la muerte del
último Apóstol y que son responsables de custodiar y transmitir la fe, la
doctrina y la liturgia de la Iglesia sin adulterarla; que la tradición, como ya
dijo en el siglo V san Vicente de Lérins, es la regla de fe de la Iglesia. Que
la doctrina, como señaló el cardenal Newman, no “evoluciona” introduciendo novedades,
sino que se desarrolla al modo de un árbol que ya estaba contenido en la semilla.
¿Y el Concilio Vaticano II? Para mí, aunque no parezca factible en las actuales
circunstancias, la única manera de incluirlo en la tradición de la Iglesia como
pedía Benedicto XVI, es mediante la elaboración de un Syllabus que condene y
enmiende sus errores, tal como propone el obispo Athanasius Schneider.
De todas partes llegan noticias de nuevas iniciativas para transmitir el depósito inalterado y la liturgia de siempre, sigilosas pero imparables, a pesar de la persecución a la que están sometidas. Y anhelo ver el día en que será derogada la infame Traditionis Custodes y toda esta vitalidad verdaderamente católica pueda mostrar su verdad y belleza públicamente, sin restricciones, para atraer a todos los hombres a Cristo. Por la gloria de Dios y para la salvación de las almas. La tradición es la única vía viva en la Iglesia, la que tiene un recorrido que sólo acabará con la venida de Cristo en su Gloria, al final de los tiempos. Entonces, brillará claramente a ojos de todos que "la Tradición no tiene edad - como leemos en El despertar de la Señorita Prim -, y que es la Modernidad la que envejece".
El tradicionalismo o, mejor, el tradismo, también es una vía muerta si tiene como "la Tradición" el estado de cosas de la Iglesia de fines del s. XIX y principios del XX, como es en la mayor parte de quienes así se definen.
ResponderEliminarSimplemente repetirán el ciclo, por el cual la caridad falsificada (del tradismo) dio lugar a la fe falsificada (del progresismo), con los conservadores haciendo de puente.
En el fondo, el tradismo es tan liberal como el neoconismo, pues los tradis son sencillamente "viejoconservadores" y no restauradores.
Y ésa es la única vía que tiene futuro, si acaso eso dependiera de nosotros: no los "reaccionarios" (como se tienen los tradis) sino los restauradores (que empiezan por casa, desde luego).