jueves, 9 de enero de 2025

La Iglesia postconciliar / sinodal, ¿una vía muerta?


Sobre una vía muerta, dice la RAE: "En los ferrocarriles, vía que no tiene salida, y sirve para apartar de la circulación vagones y máquinas". Podemos extraer de esta definición y la imagen que acompaña el texto tres ideas para explicar la situación de la Iglesia postconciliar, reconvertida en "sinodal".

1) Una vía muerta es una vía que no tiene salida.

2) Una vía muerta sirve para apartar de la circulación tanto vagones como máquinas.

3) Una vía muerta puede ocasionar accidentes, por no haber habido conciencia por parte del maquinista o centro de control de que la vía por la que circulaba se acababa abruptamente.

¿Es posible aplicar esta imagen a la Iglesia del post-concilio Vaticano II, renombrada hoy como “sinodal”? Veamos. Como hemos comentado en otras ocasiones, existen básicamente tres grupos de católicos en la Iglesia hoy día: los progresistas, los conservadores y los tradicionales. Los progresistas son por naturaleza revolucionarios y están prácticamente fuera de la Iglesia; han dejado de creer verdades de fe y practican el indiferentismo religioso. Consideran que la Iglesia nació en 1965 y que lo que la Iglesia creyó y predicó durante los dos milenios anteriores ya no es válido para un supuesto “hombre de hoy”. Por edad y falta de reemplazo, los progresistas están extinguiéndose, pero tienen en estos momentos de su parte al Papa Francisco, un pontífice que pareciera haber estado hibernando desde 1969 y que haya despertado súbitamente; aupado por la Mafia de San Gallo y los firmantes del pacto de las catacumbas y sus escasos descendientes. Lo que los progresistas consideran “Iglesia del Concilio” se basa en realidad un abuso y deformación hasta el extremo de las ambigüedades de los textos conciliares y en actos de desobediencia (como la comunión en la mano, el abandono del latín, la demolición de los antiguos altares), teniendo como consecuencia el abandono de la Iglesia Católica Apostólica y la creación dentro de su estructura de un nuevo contenido, predicado como si fuera católico. Es claramente una vía muerta por agotamiento, pues son muchos quienes consideran poco probable que el próximo papa continúe esta línea suicida de Francisco; una vía muerta, como dice la RAE, que no sólo no tiene salida, sino que también sirve para apartar de la circulación tanto vagones (clero y fieles) como máquinas (obispos y cardenales).

Junto a los progresistas, cada vez más marginales (aunque estén experimentando la mejoría previa a la muerte por el “efecto Francisco”), los conservadores son actualmente el grupo más numeroso y visible en la Iglesia. Los conservadores, entre los que me conté durante años, creen ser los “buenos”; creen que los malos son los progresistas y que de lo que se trata es, simplemente, de evitar los abusos. Chesterton los definió con mucha precisión: “los conservadores son progresistas a cámara lenta; consolidan las revoluciones de los progresistas y evitan la restauración”. En el caso eclesial, eso significa que consolidan la revolución que significó el Concilio Vaticano II, como apuntalamiento de la herejía modernista que hacía 100 años venía infiltrándose en la Iglesia. En palabras del bloggero argentino Wanderer, son “juanpablistas de la estrictaobservancia”: consideran casi sagrado el Concilio Vaticano II, rechazan la tradición litúrgica de la Iglesia y son liberales; es decir, han abandonado el ideal de cristiandad al que todo católico debe aspirar, y se conforman con vivir en una sociedad post-cristiana. En España, hay una asociación clara, aunque no se pueda generalizar, entre conservadores y el Partido Popular en política. Igual que aceptaron el Concilio Vaticano II sin fisuras, aceptaron la Constitución de 1978, que abría las puertas al aborto, al divorcio y al falso pluralismo religioso.

Pedro Luís Llera, en su blog en InfoCatólica, los describe con precisión aquí.  Considera que los católicos conservadores, también llamados “neoconservadores” o “liberales”, son, junto a los progresistas, un segundo frente de enemigos quintacolumnistas, que es todavía más peligroso. “Este segundo grupo – dice Llera - es más sutil. Muchos de sus integrantes son de misa diaria: gente conservadora, personas de orden de toda la vida. Yo los denominaría católicos «liberales». A ellos les gusta denominarse «demócratas cristianos», aunque al fin y a la postre, ni lo uno ni lo otro. Muchos de ellos son nostálgicos de la transición, donde se sintieron protagonista del cambio político en España. Son muy tolerantes y abiertos a todas las sensibilidades, siempre y cuando esa sensibilidad coincida con la suya. En realidad, son «posibilistas» que tratan de conciliar lo irreconciliable y pretenden casar su condición de católicos con la militancia en partidos que defienden políticas abiertamente contrarias al magisterio de la Iglesia. Son los católicos que miran hacia otro lado y callan como muertos cuando el ministro de justicia aplaude con las orejas la sentencia del Constitucional que ratifica la legalidad del matrimonio homosexual; o quienes callan ante el reiterado retraso de la anunciada reforma de la ley del aborto (que ya verán ustedes en qué va a quedar), mientras miles de niños inocentes mueren cada día en las clínicas del horror. Estos católicos anteponen los cargos, los sueldos y los privilegios que les reporta su militancia política o su cercanía al poder, a sus obligaciones como miembros de su Iglesia. Les gusta ocupar los primeros puestos y se codean con obispos y cardenales".

El grupo neoconservador, además de ser posiblemente el más numeroso en la Iglesia, es un grupo muy variado. Entre los movimientos, son muy visibles el Opus Dei, el Regnum Christi (Legionarios de Cristo), el Camino Neocatecumenal y Hakuna; en la vida religiosa, podríamos considerar, entre los más visibles, el Instituto del Verbo Encarnado, Iesu Communio, las clarisas reconvertidas en Hermanas Pobres, las Carmelitas Samaritanas y muchos otros que olvido. Y en la vida parroquial, los retiros de Emaús, Effetá y derivados, el Proyecto Amor Conyugal y el gran tapado, del que hablaremos otro día: los retiros de vida en el Espíritu, de la Renovación Carismática.

Dice Pedro Luís Llera que a los conservadores “les gusta codearse con obispos y cardenales”, y yo añadiría que el gusto es mutuo, porque a la jerarquía eclesiástica le interesa: los conservadores aportan número y ruido, transmitiendo la imagen de una Iglesia que “hace cosas”, que está “viva”. Dos claros ejemplos son los retiros de Emaús y los influencers católicos, tan jaleados por obispos y asociaciones como la ACdP (de ello hablaremos otro día). Los obispos promueven tanto a unos como a otros y pasean por sus diócesis a los distintos influencers como los nuevos “evangelizadores digitales”. Muchos de ellos no tienen formación sólida alguna y se dedican a esparcir errores, con el silencio cómplice de la jerarquía eclesial, atenta sólo a que se llenen los bancos de las iglesias con jóvenes que siguen a estos influencers en redes sociales.

Pero pienso que los conservadores también son una vía muerta, aunque no lo sepan. Piensen por ejemplo en los retiros de Emaús y sus efectos. La falta de enseñanza de la jerarquía les ha llevado a refugiarse en un sentimentalismo falto de contenido doctrinal, una exaltación emotivista que lo impregna todo y les permite seguir “en la Iglesia” y hablar del papa reinante sin tener que preguntarse por cómo las enseñanzas de éste se apartan de todo camino católico; incluso del postconciliar. El conservadurismo eclesial es una vía muerta porque, si bien es numeroso en distintos grupos de edades y realidades, poco a poco va perdiendo el contenido verdaderamente católico y lo va sustituyendo por actividades diversas, por emotivismo y liberalismo, por el mundo. Por el modernismo, al fin y al cabo, desconectado de Dios y de la razón. Tarde o temprano se encontrará descarrilado de la enseñanza católica, o tal vez simplemente detenido en una vía muerta en medio de la nada, sin darse cuenta de que su recorrido católico se acabó. No importa que ahora parezca muy vivo. Simplemente, circula a una velocidad menor que el progresismo y tardará más en llegar al mismo destino.

La imagen de un injerto en un árbol es también muy gráfica para comprender lo que ocurrió en la Iglesia con el Concilio Vaticano II, aunque venía gestándose al menos cien años antes: fue como si a un tronco bimilenario se le injertase una rama nueva, de otra especie de árbol, que, sencillamente, en el breve plazo de 60 años, ha demostrado no dar fruto. Pretendieron injertar al tronco elementos ajenos e incluso incompatibles con él, por negar lo que le era inherente. Y no dio fruto. Acabará, pues, tarde o temprano, en una vía muerta, en una rama estéril que se secará porque ha decidido, además, que no quiere aceptar la savia que recibe.

Puede darse de hecho una situación que John Senior describía ya para la Iglesia de los años 1970, en las que comparaba el momento actual con el Cisma de Occidente, pero a la inversa: si en el Cisma de Occidente se dio la convivencia de dos papas en una sola Iglesia, ahora podemos encontrarnos ante un solo papa y dos iglesias que coexisten, pero son distintas. Una situación en la que, tristemente, además, una Iglesia nueva, con contenidos fabricados desde el siglo XIX y consolidados en el XX, persigue a la Iglesia bimilenaria para acabar con ella. En palabras de Chesterton, los conservadores impiden la restauración.    

Yo solía ser conservadora porque no conocía otra cosa. También pensaba que “los malos” eran los progresistas y sus abusos. Pero, a pesar de que Benedicto XVI se refería continuamente a la tradición de la Iglesia, lo que él decía y escribía no se correspondía con lo que veía en parroquias y movimientos tenidos por “ortodoxos”, por “los buenos”. Hasta que descubrí la Misa tradicional: el tesoro escondido, la perla preciosa.

Porque el tercer grupo en la Iglesia actual, poco numeroso en comparación a los otros dos, pero infinitamente más vivo, verdaderamente dinámico y fiel, la única vía que no está muerta, que es joven y con futuro, son los católicos llamados tradicionales o tradicionalistas. Perseguidos por la jerarquía eclesial tanto progresista como conservadora, se ven obligados en ocasiones a la gran paradoja de ofrecer el culto público de la Iglesia a Dios a escondidas. No hay espacio para albergarlos en los pocos templos en los que se permite la Misa de siempre y no cesan de crecer. Institutos, fraternidades y comunidades religiosas y muchas familias, jóvenes y numerosas. En muchas ocasiones, celebrando la Misa en el salón o el garaje de una casa familiar. Son católicos sin etiquetas: los que creen que Cristo es Rey también de las naciones, no sólo de los corazones. Los que comprenden que la revelación acabó con la muerte del último Apóstol y que son responsables de custodiar y transmitir la fe, la doctrina y la liturgia de la Iglesia sin adulterarla; que la tradición, como ya dijo en el siglo V san Vicente de Lérins, es la regla de fe de la Iglesia. Que la doctrina, como señaló el cardenal Newman, no “evoluciona” introduciendo novedades, sino que se desarrolla al modo de un árbol que ya estaba contenido en la semilla. ¿Y el Concilio Vaticano II? Para mí, aunque no parezca factible en las actuales circunstancias, la única manera de incluirlo en la tradición de la Iglesia como pedía Benedicto XVI, es mediante la elaboración de un Syllabus que condene y enmiende sus errores, tal como propone el obispo Athanasius Schneider.

De todas partes llegan noticias de nuevas iniciativas para transmitir el depósito inalterado y la liturgia de siempre, sigilosas pero imparables, a pesar de la persecución a la que están sometidas. Y anhelo ver el día en que será derogada la infame Traditionis Custodes y toda esta vitalidad verdaderamente católica pueda mostrar su verdad y belleza públicamente, sin restricciones, para atraer a todos los hombres a Cristo. Por la gloria de Dios y para la salvación de las almas. La tradición es la única vía viva en la Iglesia, la que tiene un recorrido que sólo acabará con la venida de Cristo en su Gloria, al final de los tiempos. Entonces, brillará claramente a ojos de todos que "la Tradición no tiene edad - como leemos en El despertar de la Señorita Prim -, y que es la Modernidad la que envejece".


1 comentario:

  1. El tradicionalismo o, mejor, el tradismo, también es una vía muerta si tiene como "la Tradición" el estado de cosas de la Iglesia de fines del s. XIX y principios del XX, como es en la mayor parte de quienes así se definen.
    Simplemente repetirán el ciclo, por el cual la caridad falsificada (del tradismo) dio lugar a la fe falsificada (del progresismo), con los conservadores haciendo de puente.
    En el fondo, el tradismo es tan liberal como el neoconismo, pues los tradis son sencillamente "viejoconservadores" y no restauradores.
    Y ésa es la única vía que tiene futuro, si acaso eso dependiera de nosotros: no los "reaccionarios" (como se tienen los tradis) sino los restauradores (que empiezan por casa, desde luego).

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