Ante la hospitalización del papa Francisco, su avanzada edad y el evidente deterioro de su salud, como católicos debemos rezar por él.
Rezar por su alma y su conversión. Porque su pontificado ha causado un daño enorme a la Iglesia, como en su momento señaló con maestría el bloggero Wanderer.
Si no es ahora, en un tiempo
relativamente breve el Señor llamará al papa al juicio particular. Nos queda
por delante una situación incierta: ¿será elegido un papa continuista de Francisco,
que promueve una agenda política personal, cincelar una nueva iglesia en la
estructura de la Iglesia de Cristo y que odia la tradición de la Iglesia? ¿Será
elegido un papa opuesto, amante de la tradición de la Iglesia, de su belleza y
su verdad? ¿Mueller, Burke, Sarah o algún “tapado” tradicional? ¿Será elegido
un papa que, al menos, no quiera problemas y no quiera destruir la Iglesia y
derogue la infame Traditionis Custodes?
No lo sabemos y no lo sabremos
hasta que el momento llegue. Y, cuando llegue, ¿qué haremos al respecto? Lo de
siempre: intentar ser fieles a Dios y a su Iglesia.
Se me ocurre que lo más sano para
ello es vivir como lo que el Dr. Rubén Peretó llama en su libro “El nacimiento de la cultura cristiana” “los medievales”. Esto es, los católicos medievales, quienes vivieron durante la Cristiandad, cuando "la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados" (León XIII): ¿Qué noticias tenían de lo que ocurría en Roma? Debían enterarse poco menos de
cuándo fallecía un papa y cuándo era elegido otro. Asistían a las parroquias o a
los monasterios y les visitaban predicadores. Y, sobre todo, vivían al ritmo del
calendario litúrgico, santificando sus días con breves oraciones, salmos,
jaculatorias y Misa los domingos y días de precepto.
Pues así me propongo vivir yo. En medio de una vida algo ajetreada por constantes viajes de trabajo, vivir la fe como un medieval. Rezar antes de comenzar la jornada, ofreciéndole a Dios el día, recordarle y encomendarme a él a lo largo del día, rezar el Rosario, las Horas que pueda del Oficio Divino; tener a mano pequeños devocionarios antiguos, leer vidas de santos escritas antes de mediados del siglo XX; y asistir únicamente a la Misa de siempre. Confesión y Misa, vida de silencio y oración dedicándole al trabajo el tiempo estrictamente necesario para la supervivencia material y también ofreciéndolo a Dios; nunca haciendo nada que sea mínimamente inmoral. Dar limosna a quien lo necesite y vivir en un mundo católico de catacumbas, lejos de la mirada inquisitorial de obispos canceladores, construyendo comunidades de fe unidas físicamente o por medio de redes. Los que Newman llamó "el proceso secreto y silencioso que está fraguándose en los corazones de muchos". Lejos de los católicos liberales e inmersa en una lucha espiritual, pidiendo la gracia de Dios y esforzándome por ser santa; por custodiar y transmitir a tiempo y a destiempo la fe y la doctrina inalteradas, como un eslabón en una cadena que los enemigos de Cristo no podrán destruir. Esperando tiempos mejores para la Iglesia de Cristo.
Una vida muy parecida a la de los eremitas urbanos y al básico carisma benedictino fundamental para cada bautizado: rezar, formarse en la fe y trabajar; que esta vida es sólo una preparación para la
eterna, y nos jugamos la bienaventuranza o la condenación.
algo parecido aconsejó Don Wanderer aquel fatídico 13 de marzo del 2013....Dios nos lo conceda a quienes lo intentamos...
ResponderEliminar