domingo, 26 de enero de 2025

Revolución en la Iglesia: la minoría progresista y su victoria en el Concilio Vaticano II

La acertada expresión "el triunfo de la desobediencia" ha sido utilizada en un documental sobre la comunión en la mano; pero ciertamente podemos aplicarla también a la aplicación de lo aprobado en el Concilio Vaticano II. Y no sólo a eso, sino también al lobby progresista que al inicio mismo del Concilio tumbó los esquemas preparados por las comisiones asignadas por el papa Juan XXIII; el lobby progresista, que era una minoría centroeuropea que venía muy bien organizada y determinada a subvertir la Iglesia.
El profesor Roberto de Mattei lo argumenta detalladamente en su obra "Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita", sólidamente documentado.
Aquí va un extracto transcrito, la reseña del bloggero Wanderer y la total recomendación de leer con suma atención este libro.

"La ruptura de la legalidad conciliar: la sesión del 13 de octubre de 1962:
La primera Congregación General del Concilio Vaticano II se inauguró el sábado 13 de octubre bajo una lluvia torrencial. El orden del día había previsto que la asamblea eligiese a sus representantes (dieciséis de veinticuatro) en las diez Comisiones encargadas de estudiar los esquemas redactados por la Comisión preparatoria. Los Padres Conciliares habían recibido tres boletines, preparados por el Secretario General: el primero contenía una lista completa de los Padres, que eran todos elegibles, a no ser que ya ocupasen otras funciones. El segundo recogía los nombres de cuantos habían tomado parte en las deliberaciones de las diversas Comisiones del Concilio; el tercero estaba formado por diez páginas, todas ellas con dieciséis espacios en blanco numerados. Los Padres Conciliares debían presidir el nombre de los representantes que fuesen a escoger, un total de 160 nombres.

Pero en la apertura de la sesión se dio un inesperado golpe de escena: el Cardenal Achille Liénart, obispo de Lille, uno de los nueve presidentes de la asamblea, se dirige en voz baja al cardenal Tisserant, que presidía los trabajos, con estas palabras: "Eminencia, es auténticamente imposible votar así, sin saber nada sobre los candidatos más calificados. Si me permite, pido la palabra". A lo que Tisserant replicó: "Es imposible. El orden del día no prevé ningún debate. Estamos reunidos simplemente para votar. No puedo darle la palabra".

La respuesta del Cardenal Tisserant era conforme al reglamento, puesto que la Congregación había sido convocada para votar y no para decidir si votar o no. Pero el Arzobispo de Lille, no satisfecho con la respuesta, tomó el micrófono y leyó un texto en el que afirmaba que los Padres todavía no conocían a los posibles candidatos y que por eso sería necesario consultar a las Conferencias nacionales antes de votar para las Comisiones.

Mientras en la Asamblea sonaban algunos aplausos, el Cardenal Frings, de Colonia, se levantó del banco de la presidencia y, afirmando hablar también en nombre de los cardenales Döpfner y König, manifestó su decidido apoyo a la petición del colega francés. Los aplausos aumentaron y el Cardenal Tisserant propuso que se cerrase la sesión y se le comunicase al Santo Padre lo que había ocurrido. El cardenal Suenens destaca en sus memorias el alcance revolucionario de lo ocurrido:  "¡Feliz golpe de escena y audaz violación del reglamento! En gran medida, la suerte del Concilio se decidió en aquel momento. Juan XXIII se puso muy contento" (de las memorias del Cardenal Suenens, "Souvenirs et espérances, pág. 58).

El "Blitzkrieg" (así lo definió M. Davies) había sido cuidadosamente concertado. En la noche del 12 al 13 de octubre, en el seminario francés de Santa Clara, Mons. Garrone y Mons Ancel habían preparado un texto, que después entregaron al cardenal Joseph-Charles Lefebvre, arzobispo de Bourges, para que, a su vez, él se lo remitiese al cardenal Liénart, con el fin de leerlo al comienzo de la Comisión General. El Cardenal Lefebvre se lo había entregado a Liénart el mismo día 13 por la mañana, al entrar en la basílica de san Pedro.

La primera sesión del Concilio Vaticano II había durado menos de 50 minutos. Monseñor Luigi Borromeo escribiría en su diario: "Y así se molestaron tres mil personas bajo la lluvia, para ir a San Pedro a oír decir que los tres mil Obispos no se conocen entre sí, debiendo por ello volver a casa para ver si consiguen conocerse un poco mejor". El Cardenal Siri, por su parte, registra: "Es difícil darse cuenta del asombro y de la incomodidad creada por esa vicisitud". Al salir del Aula Conciliar, un Obispo holandés se dirige a un sacerdote amigo con estas palabras: "¡Es nuestra primera victoria!". El Concilio fue inaugurado, así, con un acto de fuerza. Todos los observadores reconocieron que éste fue el punto de inflexión de la reunión conciliar".


Este libro está publicado en español por la editorial Homo Legens



 

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