Decía el papa Benedicto XVI que “existen tantos caminos a Dios como hombres, pues cada hombre tiene su propio camino”. Y parece ser que uno de estos caminos, bastante exitoso hoy en la Iglesia en términos de cantidad de conversiones a Dios y reavivamiento de la fe, son los retiros de Emaús.
Repasemos brevemente, para quien no sepa en qué consiste la experiencia de los retiros de Emaús, las palabras de un coordinador de estos retiros entrevistado en este portal en el año 2017. Las claves de la entrevista que nos interesan aquí son, por una parte, el origen de los retiros de Emaús y, por otra, en qué consisten.
Los retiros de Emaús fueron fundados por Myrna Gallagher y otras cuatro mujeres laicas en una parroquia de Miami (Estados Unidos) en 1978, con el objetivo de “organizar un retiro en el que la gente, además de abrir su corazón, tuviera tiempo de reflexionar, orar y experimentar la maravillosa verdad de que Dios es amor y de que ´Jesucristo ha resucitado´ y camina a nuestro lado”. El obispo aprobó su propuesta de “un retiro diferente” de un fin de semana que versaría sobre la lectura del Evangelio según san Lucas, 24, 13-35, que narra el encuentro entre los discípulos de Emaús con Cristo Resucitado y “en el que los participantes pudieran testimoniar el amor y la misericordia de Dios”. El éxito fue tan grande que el modelo del retiro comenzó a extenderse por parroquias de Estados Unidos y, posteriormente, de otros países. A España llegaron en 2009 a la parroquia de San Germán de Madrid; y, de allí, se extendió por parroquias a lo largo y ancho del país. En palabras del coordinador entrevistado, “Emaús no forma parte de ningún movimiento; es un apostolado de las parroquias que impulsan los laicos y que está muy en relación con el espíritu de la Nueva Evangelización que promueve la Iglesia. Cuenta con el acompañamiento espiritual de sacerdotes para la celebración de los sacramentos de la confesión y la Eucaristía”. Respecto a la cuestión sobre en qué consisten
los retiros de Emaús, no es sencillo responder, dado el secretismo que los
rodea; aunque sí afirma el entrevistado que las personas son removidas
interiormente por el amor de Dios a lo largo del fin de semana que ocupa la
experiencia. Son retiros para hombres y mujeres que se celebran por separado
porque nuestros sentimientos y nuestras emociones son diferentes”. “Experiencia
inolvidable”, “única”, son palabras que leemos en la entrevista para responder
a la pregunta sobre la esencia que hace a estos retiros diferentes; “un
encuentro muy íntimo y personal con el Amor misericordioso de Dios”. ¿Cuál es
la dinámica de estos retiros? Retirarse del mundo, olvidarse del móvil,
testimonios; experiencias personales relacionadas con el amor, el sufrimiento,
el perdón, la oración, las máscaras de nuestra vida, las relaciones
interpersonales, la sanación física y espiritual, entre muchos otros temas. “La
idea fundamental es experimentar el amor de Dios en nuestra vida, no olvidar
que Cristo camina a nuestro lado, no olvidarse nunca de lo vivido para alcanzar
el más importante los principios básicos de este retiro: sentirse amado por
Dios y en Él y por Él amar también a los que nos rodean. Sentirse amado para
dar amor”. Hasta aquí, dinámicas concretas del retiro, ni una. Recordemos que
no se puede explicar a quienes no lo hayan realizado y añadamos que sólo se
puede realizar una vez en la vida.
Uno de los numerosos testimonios de
“caminantes” de Emaús publicados en el portal Religión en Libertad es el de una mujer que resumía así su
experiencia en 2018: “Hice el retiro de Emaús hace dos años (…). Me preocupaba
algún ingrediente que podía ser calificado como de manipulación mental,
dinámicas de grupo, cierta rigidez al seguir milimétricamente el esquema del
retiro, emotivismo y debilitamiento del pensamiento racional crítico, etc (…).
Escribo desde la serenidad y creo que no fue un espejismo sino un encuentro con
Cristo Resucitado (…). Emaús es un retiro organizado por laicos y para laicos.
La presencia de sacerdotes se limita exclusivamente a la celebración de los
sacramentos. El retiro está basado en testimonios, por eso de que el hombre de
hoy no necesita maestros sino testigos (…). Los argumentos con demasiada
frecuencia caen en el vacío. En nuestro mundo hay tantos argumentos que
compiten entre sí en forma contradictoria que es misión imposible evangelizar a
base de razonamientos. Se puede dirigir la razón en cualquier dirección. Basta
con que la argumentación sea lo suficientemente inteligente. Por eso, suele
decirse que la belleza y el amor salvarán al mundo. La belleza y el amor que,
como el rostro de Cristo, son flechas que hieren y penetran en el alma. Sólo
así el alma abre sus ojos y, gracias a esta experiencia, es capaz de evaluar
correctamente los argumentos. En Emaús no hay discurso, no hay teoría, no hay
nada que se parezca a una predicación o una homilía. La estructura jerárquica
es mínima y los líderes van rotando. Es un retiro vivencial, lleno de amor y
experiencia. Habla antes al corazón que a la cabeza, lo cual no significa que
caiga en el emotivismo. ¡En cuarenta y ocho horas contemplas tanta realidad! Asomándote
al abismo del corazón de tus hermanos, aprendes para siempre la lección de no
juzgar”.
No sé quién le debe haber explicado a esta
señora eso de que “el hombre de hoy no necesita maestros, sino testigos”; y de
dónde sale en la fe católica esa separación entre la mente y el corazón.
Precisamente, Jesucristo es el Logos, la Palabra, el Verbo de Dios encarnado.
Nuestra fe es lógica y es razonable. Es la Verdad razonable, aunque sobrepase
la razón. De hecho, separar razón y fe de esta manera tiene un sospechoso eco
fideísta. Y el fideísmo no es católico, sino protestante.
Me parece que lo que se explica sobre el
retiro es de un carácter tremendamente sentimentalista, del que los varones
parecen ser presa igual que las mujeres. Veamos un testimonio masculino, también del portal Religión en Libertad: “Hacer Emaús ha sido
para mí la más, o una de las tres, experiencias más importantes y brutales de
mi vida (…). Fue un tú a tú. Me sentí mirado por Él, me noté tocado y fue
un encuentro absolutamente brutal que me permitió un segundo encuentro igual de
impresionante. Me encontré allí conmigo mismo (…). Me hicieron renacer porque
nunca había llorado tanto, nunca había sentido tantas emociones de miedo,
tristeza, humildad, de sentirme pequeño”.
Finalmente, voy a explicarles una anécdota
personal. Justo antes de la pandemia me invitaron a un retiro de Emaús, y
estuve a punto de ir. Pero mi madre recibió una llamada de alguien solicitando
una carta en que mis padres explicasen lo mucho que me querían; me lo explicó y
me quedé realmente a cuadros. En el formulario de inscripción había dado su número
como persona de contacto, pero no podía entender lo de la carta. Me puse en
contacto con la mujer que coordinaba el retiro y sólo insistió en que no me lo
podía explicar, pero que la cuestión testimonial era una clave del fin de
semana. Pensé que querían la carta para ser leída durante el fin de semana, y
que cada “caminante” debía tener su carta o cartas. Me pareció, y eso que no
sabía nada de cómo funcionaba el retiro, una manera extrema e innecesaria de
llevar las emociones al límite, volviendo a la persona muy vulnerable a la
hipertrofia de sus sentimientos.
Ante esta situación que me inquietaba, decidí
investigar pacientemente, buscando información sobre los retiros de Emaús, y
preguntar a unas amigas que habían realizado un retiro; una de ellas, muy
implicada habitualmente como “servidora” en su parroquia. Y hay solamente dos
cuestiones que me gustaría comentar: el secretismo absoluto en torno a la
dinámica de estos retiros, inédito si los comparamos con tipos de retiro
habituales en la Iglesia, y una de las dinámicas concretas que tienen lugar en
el retiro, llamada “ceremonia o dinámica de la pared”, que ejemplifica a la
perfección la cuestión de llevar al límite los sentimientos de la persona pero,
también, me parece, ilustra la peligrosidad de entrar en el terreno psicológico
sin que los coordinadores o servidores estén preparados.
La dinámica de la pared está relacionada con
la confianza y el examen de conciencia y se realiza previamente al sacramento
de la Reconciliación, el sábado por la tarde / noche. Su propósito es la
confesión de los pecados y, por tanto, se persigue con esta dinámica que el
caminante, en un ambiente de reflexión y en forma individual, haga una
introspección profunda sobre sus faltas y escriba sus pecados, de manera que le
permita hacerse consciente de la necesidad de realizar un cambio profundo en su
vida. Se explica qué es el examen de conciencia y se invita a los caminantes a
escribir en un papel los pecados que puedan recordar. Cuando todos han
terminado, queman esos papeles, organizando un círculo alrededor del envase
destinado a tal fin. Entonces, se lleva a cabo una charla sobre la confianza,
se coloca una venda sobre los ojos a los caminantes, para hablar de la fe y la
confianza en Dios y se les acompaña de la mano hacia una pared. Se realizan
ejercicios respiratorios de relajación para sentir la presencia de Dios en el
interior, imaginándose en el camino de Emaús y a Jesús junto a uno mismo. Se
insiste en la suma importancia de la confianza total en los organizadores y
servidores, puesto que los caminantes van literalmente a ciegas. Llegados a la
pared destinada para esta dinámica, se realiza una lectura con indicaciones a
los caminantes, uno a uno, de dar un paso adelante en el camino a Emaús. Se les
informa de que están frente a una pared y se les indica que apoyen sus manos en
ella. Se invita a hablar a Jesús y tocar la pared. Y se procede a preguntar una
serie de cuestiones al caminante con los ojos vendados y las manos apoyadas en
la pared sobre su vida, utilizando la pared como símbolo de la barrera rígida e
infranqueable en la que a veces uno construye su vida frente a los demás. La
charla es extensa y cargada de expresiones emotivas, y acaba por recordar al
caminante que no está solo, que tiene a sus hermanos junto a él, y también a
Jesús. Entonces se realiza la invitación a la confesión para recibir el perdón
de los pecados y a la conversión de vida.
Recordemos el contexto: un lenguaje emotivo,
una experiencia precedida por un día repleto de charlas, testimonios y música,
buscando provocar que en el escaso espacio de 24 horas desde que entró en el
retiro la persona sea consciente de sus pecados y la necesidad de conversión.
El objetivo, nadie puede decir que no sea loable. ¿Los métodos? Cuanto menos,
discutibles, por la carga de sentimentalidad extrema; de una sensibilidad que,
si bien “es una cualidad maravillosa, no es el instrumento adecuado para pensar
(…); y cuando se utiliza para pensar, no sólo no lleva a buen puerto, sino que
conduce al desastre”, como explica a la Señorita Prim el hombre del sillón en
la novela de Natalia Sanmartín Fenollera.
Tras el retiro, los caminantes aparecen
exultantes en las parroquias, abrazándose, con banderas, brazos en alto, etc.;
como las señoras de la imagen. Obligatoria y exageradamente exultantes, diría.
¿Dónde quedó la sobria ebrietas? Se trata de un concepto maravilloso y muy
católico. Monseñor Athanasius Schneider se refiere a los protestantes al decir que ”tenemos una nueva rama
cristiana, la pentecostalista, que iguala la esencia de la religión con el
sentimiento y el irracionalismo, aunque ya estos principios fueron anticipados
de alguna forma por Martín Lutero. La nueva religión evangélica cristiana es
peligrosa y lleva a la destrucción de la virtud de la religión, la auténtica
relación con Dios. El pentecostalismo termina en subjetivismo y en
arbitrariedad. La experiencia y el sentimiento se convierten en la medida de
todas las cosas (…). Sin embargo, la Revelación divina está intrínsecamente
unida a la razón y a la verdad, Jesucristo, el Hijo Encarnado de Dios, es la
palabra, el Logos, la verdad, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. En
Pentecostés, Nuestra Señora y los Apóstoles no cayeron al suelo y “descansaron
en el espíritu”, como ocurre en muchos eventos de la Renovación Carismática en
nuestros días. El día de Pentecostés, la Virgen María y los Apóstoles no
lloraron, no daban palmas, saltaban o bailaban como ocurre de forma
característica en muchos eventos y liturgias carismáticas católicas. La sagrada
liturgia usa la expresión “sobria ebrietas Spiritus”, que significa una
“ebriedad sobria” con el Espíritu Santo. Esto significa tener un corazón ardiente
y sin embargo permanecer sobrio, ordenado, guiado por la razón, maravillado por
lo sobrenatural y por la fe”.
No sé. A mí me parece que si sustituyésemos
en estas líneas la expresión “pentecontalismo” por “espiritualidad de los
retiros de Emaús” (o Hakuna, para el caso, que se parece mucho), a tenor de las
definiciones de los propios testimonios, el texto encajaría bien.
En El despertar de la Señorita Prim leemos
otra afirmación del hombre del sillón que me parece perfecta para cerrar esta
reflexión: “Una cosa es el sentimentalismo y otra, el sentimiento. El
sentimentalismo es una patología de la razón o, si lo prefiere usted, una
patología de los sentimientos, que crecen, se exceden, ocupan un lugar que no
les corresponde, se vuelven locos, oscurecen el juicio. No ser sentimental no
significa carecer de sentimientos, sino únicamente saber encauzarlos. El ideal
es poseer una cabeza templada y un corazón sensible”. No olvidemos que la
definición tradicional de “fe” en la Iglesia Católica es que se trata de “un
asentimiento del intelecto a la verdad revelada por Dios”.
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