Un gran amigo sacerdote me recomendó hace unos años el libro del Dr. Peter Kwasniewski “Resurgimiento en medio de la crisis: sagrada liturgia, Misa tradicional y renovación en la Iglesia”. Mi amigo sacerdote sabía que mi vuelta a la Iglesia Católica años atrás había ido de la mano del papa Benedicto XVI, básicamente por su defensa de la verdad, su profundidad teológica y su denuncia de la deriva de Occidente.
También sabía que yo no sólo no entendía bien lo que significaba Summorum Pontificum, sino que no estaba dando a la liturgia la consideración central que posee, y que leería el libro de Kwasniewski porque me interesa la historia de la Iglesia y porque lo primero que puede leerse en la obra es la dedicatoria a S.S: el Papa Emérito Benedicto XVI, “por habernos enseñado, con su palabra y su ejemplo, el espíritu de la liturgia, y por haber promovido la recuperación de nuestro patrimonio hereditario”.
La lectura de esta obra fue uno de los momentos
importantes en mi camino hacia la Tradición de la Iglesia, tanto doctrinal como
litúrgica, por el descubrimiento que supuso. De Benedicto XVI, dice Peter K
(como le llama mi amiga NSF para simplificar, debido a su impronunciable
apellido) que Joseph Ratzinger participó vigorosamente en el Concilio Vaticano
II y que, “aunque en un principio sus simpatías se inclinaron hacia el sector
liberal, lamentó posteriormente el modo como las enseñanzas del Concilio fueron
manipuladas y distorsionadas por el espíritu, antinómico, de un Concilio
´virtual´ o ´mediático´. Y pidió, acertadamente, como lo hubiera hecho
cualquier católico, que el Concilio fuera leído según una ´hermenéutica de la
continuidad´ con todo lo que tuvo lugar antes de él y con las aclaraciones
hechas posteriormente. De acuerdo con el papel esencialmente protector –
continúa Kwasniewski-, propio del oficio papal, Benedicto XVI procuró
rectificar algunas, o muchas, de las cosas que se hicieron mal en las últimas
décadas”.
Desde entonces, he seguido de cerca a Peter K y he
aprendido mucho de él sobre la Tradición litúrgica. Incluyendo su propio camino
personal – es un hombre que no ha cumplido aún los cincuenta años-, a medida
que ha seguido investigando, y que se ve reflejado en un libro posterior, “El
rito romano de ayer y del futuro. El regreso a la liturgia latina tradicional
tras setenta años de exilio”, publicado en 2023. El núcleo de esta obra es una
serie de conferencias y artículos escritos alrededor del quincuagésimo
aniversario de la promulgación y entrada en vigor del Novus Ordo Missae en
1969. Es decir, es una obra rumiada a lo largo de cuatro años, en los que el
autor no cesa de investigar sobre la liturgia. En este momento, el autor parece
haber alcanzado, tras años de estudio, una visión matizada de lo que expresaba
en la anterior obra mencionada, que había sido publicada en 2014. En esta
segunda obra, más reciente, Peter K quiere “demostrar que, de hecho, existe
sólo un rito romano, y que éste no es el Novus Ordo; o, dicho de otra forma,
que el Novus Ordo no es parte del rito romano, sino otro rito enteramente
diferente”. Al considerar que el Novus Ordo Missae constituye una ruptura con
los elementos fundamentales de todas las liturgias de origen apostólico y que,
en consecuencia, viola la solemne obligación de la Iglesia de recibir,
atesorar, conservar y transmitir los frutos del desarrollo litúrgico”.
Sobre esta cuestión, por una parte, explica
Kwasniewski que no está aportando novedades: ya Klaus Gamber planteó que el
nuevo rito no podía ser llamado “ritus romanus”, sino que debía llamarse “ritus
modernus”. Y muchos otros plantearon el tema de igual manera, como Michael
Davies, Bryan Houghton, Roger-Thomas Calmel, Raymond Dulac y Anthony Cekada,
entre otros. En la misma línea habría ido el Breve Examen Crítico del Ordo
Missae de los cardenales Bacci y Ottaviani. Y vuelve entonces a hablar sobre
Joseph Ratzinger con las siguientes palabras: “Joseph Ratzinger escogió, diplomáticamente, una forma diversa de expresarse,
pero muchas de las cosas que escribió antes de convertirse en papa se acercan
muchísimo a la fórmula de Gamber”.
Completa esta afirmación con una nota al pie en que
podemos leer lo siguiente: “Fueron los escritos de Ratzinger lo que por primera
vez me hicieron maravillarme ante el misterio de la liturgia y despertaron en
mí el deseo de comprender qué es lo que le ha acontecido en nuestra época, así
como el celo por recuperar lo que se perdió. Ratzinger me inició en el camino
que empezó con ´las verdaderas intenciones del Vaticano II´, siguió con la
Reforma de la Reforma, se detuvo brevemente en aquello del ´mutuo
enriquecimiento´ de las ´dos formas´ y, finalmente, giró hacia un
tradicionalismo sin atenuantes (o restauracionismo, si se prefiere). Por
cierto, en esta última etapa del camino, dejé atrás a Ratzinger, quien parece
haberse quedado en la tercera etapa. Pero nunca dejaré de agradecerle el haber
encendido en mi alma un tremendo entusiasmo, y por haberme acompañado en el
camino con sus magníficas intuiciones”.
Es decir, y aquí está el quid de la cuestión:
Kwasniewski explica su propio camino en cuatro fases: 1) las “verdaderas
intenciones” del Concilio Vaticano II, 2) la reforma de la Reforma, 3) el mutuo
enriquecimiento de las dos formas y 4) el giro hacia un tradicionalismo sin
atenuantes (o restauracionismo). Sería esta cuarta fase del camino la que, como
dice el autor, le separó de Benedicto, porque el papa se había quedado en la
fase tres; y lo que Benedicto XVI consideraba dos formas (ordinaria y
extraordinaria) de celebrar un mismo rito, Kwasniewski lo considera dos ritos
distintos: uno, el novus ordo, en ruptura con toda la Tradición del anterior,
el vetus ordo o Misa de siempre.
El caso es que Joseph Ratzinger, como teólogo y como
papa, ha sido un personaje incómodo para casi todos: para los progresistas en
primer lugar, que se rasgaron las vestiduras cuando fue nombrado papa (“el día
más triste de mi vida”, dijo el obispo Casaldáliga), porque era un
“conservador” que iba a seguir la línea de su predecesor; como para los
tradicionalistas, que lo consideran un modernista sin paliativos y uno de los
grandes responsables de lo que ocurrió en el Concilio Vaticano II. Respecto a
los conservadores, no sé muy bien cómo consideraron el papado de Benedicto.
Creo que celebraron la continuidad con Juan Pablo II y su defensa de los
principios no negociables; pero en la cuestión litúrgica, parece que la mayoría
de institutos y movimientos conservadores decidieron ponerse de lado, ignorar o
directamente no obedecer Summorum Pontificum; porque en algunos de ellos se
prohibió la celebración pública de la Misa Tradicional. La obediencia a prueba
de bomba de los conservadores al papa topó aquí con el tema tabú por
excelencia: la Misa vetus ordo. De esto será interesante hablar otro día.
Tengo la sensación de que se trata de un tema que
necesitaría mayor investigación, dado que la aportación de Ratzinger /
Benedicto XVI a la rehabilitación de la Misa tradicional no se suele encontrar
entre los trabajos del gran número de estudiosos de la vida y la obra del papa
alemán. Así que me gustaría hacer una muy humilde aportación, repasando
brevemente de dónde venía Ratzinger y su evolución únicamente en la cuestión
litúrgica y su consideración sobre el Concilio Vaticano II, centrándome hoy en
una obra muy conocida, “Informe sobre la fe”, aparecido en 1985; y continuar la
próxima semana con la misma idea de dejarle hablar a él mismo, a través de su
autobiografía, “Mi vida”, publicado en 1997 y que abarca desde su año de
nacimiento (1927) hasta su nombramiento como arzobispo de Múnich y Frisinga
(1977); y rescatando citas en obras que ha prologado o a las que ha contribuido
de diversas maneras y que son mucho menos conocidas que estos dos libros.
Recordemos, como decía Peter K, que Joseph Ratzinger
había participado en el Concilio Vaticano II cuando contaba solamente 35 años
como perito del Cardenal Josef Fringgs de Colonia, Alemania, y era considerado
uno de los teólogos progresistas. Veremos lo que él mismo dice sobre aquellos
acontecimientos. Y cómo llegó, cuarenta y dos años después de la conclusión del
Vaticano II, a emitir un motu proprio que le ganó aún más enemigos de los que
ya tenía, en el que liberalizaba la celebración de la Misa tradicional,
afirmando que nunca había sido prohibida y que nunca podría ser prohibida, y
que es seguramente el principal legado de su pontificado. Con el paso de los
años, tras finalizar el Concilio, Ratzinger, amigo personal de von Balthasar,
de Lubac, se dice que discípulo de Rahner, había sido acusado por el infame
Hans Küng de ser algo así como un traidor a la causa progresista. Ratzinger,
por su parte, siempre afirmó que él no había cambiado, sino que habían cambiado
los demás. Pero en un vídeo del canal “Conoce, ama y vive tu fe”, de Luis Román, el
P. Charles Murr, en conversación con Mons. Isidro Puente, realizaba una muy
interesante afirmación: que Joseph
Ratzinger había vivido una conversión desde el progresismo al ser nombrado
en 1977 obispo de Múnich y pasar de vivir en una burbuja intelectual a vivir la
realidad de una diócesis.
Para mí, que sé poco
de teología y poco también de liturgia (ya les dije que estudié Ciencias
Religiosas en el ISCREB de Barcelona), pero que volví a la Iglesia Católica
leyendo a Joseph Ratzinger y, sobre todo, tras su elección como sucesor de
Pedro en 2005, Benedicto XVI fue sobre todo un hombre de profunda fe y un
hombre honesto, que efectivamente vivió una evolución en su pensamiento sobre
lo que aconteció en el Concilio Vaticano II y la posterior reforma litúrgica y
que no dudó en expresarlo con palabras muy claras.
En el célebre
libro-entrevista de Vittorio Messori al cardenal Joseph Ratzinger “Informe
sobre la fe”, aparecido en el año 1985 y que tantísimo revuelo levantó entre el
progresismo eclesial, se tratan ambos temas: el Concilio Vaticano II y la
liturgia. Veinte años después de la clausura del Concilio, Ratzinger defendía
su postura de que el Vaticano II “estaba en la más estricta continuidad tanto
con el Vaticano I como el Concilio de Trento” y que estaba sostenido por la
misma autoridad, el papa y el colegio de los obispos en comunión con él. Para
el teólogo alemán, “no son el Vaticano II y sus documentos lo que es
problemático”, sino las interpretaciones de los documentos, que han llevado a
muchos abusos en el periodo postconciliar. Ratzinger afirmaba ya entonces cómo
“a pesar de buscar la unidad, se había llegado a un disenso que – en palabras
de Pablo VI – había pasado de la auto-crítica a la auto-destrucción”. Y decía
también que “una reforma verdadera de la Iglesia presupone un rechazo
inequívoco de los caminos erróneos cuyas catastróficas consecuencias eran ya
incontestables” en los años 1980s. El entonces prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe mantenía en ese momento lo que siguió afirmando hasta el
final de su vida: que “defender la verdadera tradición de la Iglesia hoy
significa defender el Concilio Vaticano II (…), pues existe una continuidad que
no permite un retorno al pasado ni un vuelo hacia adelante. Para Ratzinger, no
puede hablarse de una Iglesia “pre-conciliar” y una “post-conciliar”, pues no
habría ruptura, sino continuidad.
Sobre la reforma de la liturgia que siguió al Concilio,
el Cardenal Ratzinger afirmaba con contundencia cómo no se trata de una cuestión
periférica en la Iglesia, sino que la liturgia es el centro mismo de la
Iglesia, y que distintas concepciones sobre la liturgia implican distintas
concepciones sobre la Iglesia, Dios y el hombre. Y recordaba cómo ya en 1975
había escrito sobre la degradación litúrgica, su banalización y la falta de
calidad artística en la música, ornamentos y arquitectura. Afirma el cardenal
que muchos de quienes a mediados de los 1970s se mostraron contrarios a sus
palabras, diez años después estaban totalmente de acuerdo con él. En el momento
en que se realizó la entrevista que daría como resultado el “Informe sobre la
fe” hacía poco tiempo que se había publicado la decisión de san Juan Pablo II,
firmada el 3 de octubre de 1984, sobre el “indulto” permitiendo a sacerdotes
celebrar la Misa de acuerdo al misal de 1962. El indulto implicaba que quienes
lo recibían aceptaban el Misal de Pablo VI y celebrarían en templos nombrados
por los obispos diocesanos, y no en parroquias. En ese momento, Ratzinger veía
el indulto como un “pluralismo legítimo” y no como una “restauración” a una
Iglesia preconciliar, concepto que negaba.
Al margen de estar de acuerdo con él o no en cuanto a
la continuidad o ruptura que supuso el Concilio Vaticano II, las palabras de
Ratzinger sobre la liturgia son tan luminosas que merecen ser citadas
literalmente: el cardenal afirmaba que “lo que necesitaba ser descubierto de
una manera completamente nueva era el
carácter dado, no arbitrario, constante e inquebrantable del culto litúrgico
(…). La liturgia no es un espectáculo que requiera productores brillantes y
actores talentosos. La vida de la liturgia no consiste en agradables sorpresas
e ideas atractivas, sino en repeticiones
solemnes. No puede ser expresión de lo que es transitorio, porque expresa el Misterio de lo sagrado. Muchas
personas han dicho que la liturgia debe ser “hecha” por la comunidad entera si
debe pertenecerles. Tal actitud ha llevado a que se mida el “éxito” de la
liturgia por su efecto y el nivel de entretenimiento. Eso es perder de vista lo
que es distintivo de la liturgia, que no viene de lo que nosotros hacemos sino
del hecho de que algo está ocurriendo ahí que todos nosotros juntos no podemos
“hacer”. En la liturgia hay un poder, una energía en acción que ni siquiera la
Iglesia puede generar: lo que manifiesta es lo Totalmente Otro, viniendo a
nosotros a través de la comunidad (que es por tanto no soberana sino sierva,
puramente instrumental). La liturgia, para los católicos, es el hogar común, la
fuente de su identidad. Y otra razón por la que debe ser “dada” y “constante”
es que, por medio del ritual, manifiesta la santidad de Dios. La revuelta
contra lo que ha sido descrito como “la antigua rigidez rubricista” ha
convertido a la liturgia en un conjunto de retazos de estilo “hazlo tú mismo” y
la ha trivializando, adaptándola a nuestra mediocridad. Por eso no puede
abandonarse la solemnidad en la celebración litúrgica, porque “en la solemnidad
del culto, la Iglesia expresa la gloria de Dios, el gozo de la fe, la victoria
de la verdad y la luz sobre el error y la oscuridad”.
Ratzinger se lamenta de la pavorosa pobreza que
acompaña el abandono de la belleza en los templos y la liturgia y se sustituye
por el utilitarismo. “La experiencia ha demostrado – afirma – que el refugio en
la inteligibilidad para todos tomado como único criterio, no convierte a la
liturgia en algo que se entienda más, sino que la empobrece. “Liturgia
´sencilla´ no significa liturgia pobre o barata: existe la simpleza de lo banal
y la sencillez que viene de la riqueza espiritual, cultural el histórica”. El cambio en la liturgia implica además
prácticamente un cambio antropológico. Para el cardenal, la belleza humaniza y,
por tanto, “si la Iglesia ha de continuar transformando y humanizando el mundo,
no puede prescindir de la belleza en la liturgia, esa belleza en tan íntima
relación con el resplandor de la Resurrección.
Solamente leyendo estas palabras dichas por Joseph
Ratzinger hace cuarenta años y observando la trayectoria de la Iglesia Católica
después del Concilio Vaticano II, parece un milagro que Ratzinger, que pasó de
ser considerado un progresista a ser visto como un radical reaccionario, fuese
elegido Papa en el cónclave de 2005.
Continuará, Dios mediante
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